Municipalismo feminista

(Publicado en Instituto DM y originalmente en el El Salto)

Monserrat Galcerán

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Municipalismo es una palabra de moda. Más aún cuando se acercan las elecciones de 2019 y todo el mundo se prepara para grandes coaliciones que aúnen los significantes más notorios del momento: municipalismo, gobierno de izquierdas, ciudades del cambio y, si todavía cabe, feminización de la política. Y me pregunto: ¿qué añade el feminismo a toda esa amalgama? ¿En qué es feminista la política municipalista?

Antes que nada hay que señalar que el municipalismo feminista representa una crítica radical a la gestión habitual del poder que, no por casualidad, es extremadamente masculina, está basada en el dominio de la fuerza y de la autoridad, sustentada en una estructura vertical en la que el poder emana de arriba a abajo de modo que, aunque la soberanía resida en la base, ésta se expresa a través de un personaje carismático situado en la cúpula. En el mejor de los casos la base elige a la cúpula pero ésta es la que luego designa a su vez a los órdenes intermedios. De esta forma se consigue que el líder encarne el poder colectivo distribuyéndolo de arriba abajo. Es una mezcla entre expresión o representación con gestión desde arriba.

El municipalismo radical critica esta asunción, pues entiende que se llega a las instituciones públicas locales para abrirlas a una tendencial cogestión con la ciudadanía. En eso se diferencia de un municipalismo táctico para el que la toma de los municipios es una etapa para llegar al poder del Estado. Para éste se trata de demostrar capacidad de gestión en los ayuntamientos como forma de manifestar una competencia que avalara la gestión a nivel de Estado y de catapultar personalidades cuya imagen, engrandecida por esa gestión, servirá para afianzar la carrera hacia las instituciones estatales. Así entienden el municipalismo algunos partidos políticos, mientras que para nosotras el poder local es una esfera propia con características específicas que alberga la posibilidad, inherente a ellas, de iniciar procesos de transformación basados en una agencia directa de los implicados/as.Tal vez en la sociedad del espectáculo aquella versión sea más realista y pragmática. Tal vez,pero en ese caso, olvidémonos de cualquier transformación de envergadura.

Y ¿qué ocurre con la configuración de candidaturas y el proceso que lleva a ellas? Desde el municipalismo táctico no es importante que el proceso sea amplio y que en él estén presentes las diferentes fuerzas que operan en la ciudad; lo importante es que la candidatura gane y que una vez en el gobierno se asegure una gestión que será también de arriba abajo puesto que ésta es la dinámica de las estructuras municipales. Es una pérdida de tiempo construir candidaturas plurales, que incluso pueden dificultar la gestión, en vez de equipos arracimados en torno al líder o lideresa. Por el contrario para nosotras es fundamental que el equipo recoja la pluralidad de agentes porque esa pluralidad de puntos de vista es una riqueza social y política que puede apuntalar una gestión crítica con los poderes imperantes. Por eso hay que hacer primarias con sistema proporcional. Ese es el único que garantiza la presencia de las minorías activas. Por supuesto que exigen un esfuerzo de democratización en las propias estructuras institucionales y en la toma de decisiones, pero ése es justamente el paso necesario para una mayor presencia de la ciudadanía en la gestión de la ciudad.

Entre los diversos sistemas proporcionales, el Dowdal es el que mejor protege a las minorías, razón por la que seguiremos defendiéndolo. En un artículo recién publicado (18.I.2018) de Jorge Martinez Crespo, titulado El Sr. Dowdall y la señora democracia, se analiza esta opción a partir de una simulación de cuál hubiera sido la configuración de la candidatura de Ahora Madrid en 2015 con los diversos sistemas proporcionales. La conclusión es que, si se hubiera aplicado un sistema menos proporcional (el Borda), tres concejales de las listas minoritarias no habrían salido, dos mujeres –Yolanda Gonzalez y Rommy Arce– y un hombre – Carlos Sánchez Mato. ¡El Ministro Montoro se habría evitado un contrincante de altura y habríamos perdido un buenísimo concejal!

¿Será casualidad?, ¿tendremos algo que decir al respecto la feministas municipalistas o nos basta con defender la paridad y las listas cremallera? ¿Qué novedad aportamos nosotras al municipalismo tout court?

Igual que municipalismo, feminismo es una palabra de moda. Las mujeres estamos siendo objetivo de conquista política, objeto de seducción y a la vez mascarón de proa de todo tipo de políticas. La aparición pública de tantísimas mujeres reclamando un rol activo en la sociedad y provistas de una papeleta de voto se traduce en una contienda por apropiarse esos votos, para lo cual nada mejor que propiciar un cierto tipo de imagen femenina que haga de señuelo. Dado que la política de la representación funciona a través de ciertas identificaciones, se propulsa el tipo adecuado de personaje que transmita el mensaje adecuado para potenciarla.

Excepto las más duras de la derecha, muchas de estas mujeres no pondrían reparos en llamarse feministas. En todos los plenos municipales los diversos partidos rivalizan en proponer declaraciones institucionales contra la violencia, a favor de las mujeres o para conmemorar el 8 de marzo. Si nos preguntamos qué nos une a todas nosotras encontramos cuestiones compartidas como el rechazo de la violencia, la defensa genérica de los derechos de las mujeres, una concepción laxa de la libertad,… ¿qué nos separa? El que nosotras ponemos el acento en la contribución, en tanto que mujeres libres, a una transformación social que tiene en los gobiernos locales una de sus palancas. Este es el cruce que nos caracteriza.

Se trata, pues, de plantear qué tipo de transformación social es la que queremos propiciar y por qué pensamos que el nivel local es útil para ello, tanto o más útil que otros niveles. Démosle la vuelta al asunto: ¿podríamos pensar un municipalismo que no tuviera esa dimensión feminista? Sin duda que podríamos, si hiciéramos caso omiso de la dimensión de género prolongando la idea de que el poder es neutro en cuanto al género. Craso error: en cuanto profundizamos un poco en las políticas públicas descubrimos el sesgo de género, entre otras cosas porque sus beneficiarias son fundamentalmente mujeres, dado que, a su vez, son las mujeres las más empobrecidas y las más necesitadas, las que atienden mayoritariamente a los niños, enfermos o dependientes a los que se dirigen dichas políticas. También una mayoría de trabajadores públicos son mujeres.

O dicho de otra forma, gran parte de las políticas públicas a nivel local tienen que ver con cuestiones de la reproducción social básica tales como los problemas de escolarización y atención en las escuelas, programas de servicios sociales para personas en situación de vulnerabilidad, cuestiones ligadas al estado de las calles y vías públicas, movilidad urbana, vivienda,…Todas ellas implican atención a las condiciones cotidianas de vida y a las tareas del mantenimiento y la reproducción social en las que las mujeres ocupamos un lugar relevante. Y sin embargo no visualizamos que nuestras políticas se dirigen prioritariamente a mujeres ni les damos el lugar que les corresponde.

Desde el municipalismo entendemos que el poder local puede servir para propiciar un acercamiento a los problemas de la ciudad entendiéndola como un espacio de convivencia y de reproducción de la vida. El poder local tiene que conquistar condiciones de vida digna para sus habitantes procediendo a políticas de redistribución y de empoderamiento de los agentes locales, Frente a la concepción neoliberal que ve en la ciudad una plataforma de negocio o la posición de C’s que solo visualiza mujeres independizadas y exitosas, nosotras queremos promover la implicación de las mujeres en el tejido social que nos ayuda a sostener la propia reproducción y el mantenimiento de la vida.

Pero, lamentablemente, ese empoderamiento de las mujeres también puede hacerse en clave reaccionaria e incluso neofascista. La precariedad, la crisis, la pobreza y las malas condiciones de vida se ceban en mujeres con condiciones de vida muy difíciles, que las inclinan a suscribir discursos de corte xenófobo y puritano. Algunas mujeres de nuestros barrios, ante las dificultades de la convivencia cotidiana, se dejan arrastrar a conclusiones simplificadoras: achacar los problemas a los migrantes, a jóvenes mal criados, a trabajadores perezosos,…; está surgiendo una especie de mujerismo neofascista que lee esos problemas con unas lentes distorsionadoras: defiende los derechos de las mujeres pero ve una amenaza contra ellos en culturas consideradas menos propicias, como la musulmana, o en políticas no suficientemente punitivas.

Cuanto más implicadas estemos las mujeres, menos proclives seremos a dejarnos arrastrar por esos discursos estereotipados y más capacidad tendremos para encauzar nuestras energías en una transformación de nuestras ciudades y barrios que proteja la reproducción social. El municipalismo feminista se separa de discursos genéricos y se sitúa en esta senda.

Montserrat Galcerán

Publicado en El Salto el 30 de enero de 2018

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